Los beneficios que aporta el Ejercicio Terapéutico en los pacientes de cáncer:
antes, durante y después de la enfermedad

Ejercicio físico…siempre, pero mejor aún durante y tras la enfermedad
El cáncer y su tratamiento provocan un impacto enorme que cambia totalmente la vida de quien lo padece. Afecta a su autonomía, a su movilidad, a su autoestima, a su capacidad de concentración, a su alimentación… Por eso precisamente debemos pensar en un abordaje multidisciplinar para paliar los efectos secundarios que los tratamientos van a generar.
Si entendemos la enfermedad como una línea continua en el tiempo, podremos comprender mejor la importancia del ejercicio físico en cada una de las fases del cáncer. Al igual que existen fármacos y dosis exactas en función del tipo de cáncer, paciente, fase… también existen ejercicios y dosis exactas en función de las mismas variables.
La actividad física en cada fase
El ejercicio desde el momento del diagnóstico hasta el inicio del tratamiento
Se trata de un momento clave, absolutamente infravalorado y habitualmente mal aprovechado. La tolerancia al tratamiento depende, en gran medida, del estado de salud con el que lleguemos al inicio de este. Por tanto, es fundamental que aprovechemos esos días/semanas para mejorar nuestra capacidad física.
El ejercicio durante el tratamiento
Durante el tratamiento se generarán efectos secundarios adversos que reducirán la calidad de vida, la independencia y la funcionalidad de la persona.
Por ejemplo: la fatiga asociada al cáncer. Es una fatiga especial, sobredimensionada ante cualquier esfuerzo y que, a diferencia de la fatiga común, no desaparece durmiendo o con descanso, pero si puede ser reducida o mitigada por medio de ejercicio físico.
También el dolor articular general producido por terapias hormonales, la pérdida de movilidad en zonas tratadas, ya sea por la cirugía o por la radioterapia, la neuropatía, la pérdida de coordinación y equilibrio (que aumentan el riesgo de sufrir caídas) son claros ejemplos de efectos secundarios cuyo mejor y en ocasiones único tratamiento es el ejercicio físico terapéutico.
Es más, la tolerancia a la toxicidad de la quimioterapia está directamente relacionada al estado muscular del paciente. Cuando este es muy pobre (sarcopenia) se convierte en un factor limitante para la continuidad o la gestión de las dosis del tratamiento.
El ejercicio en supervivientes del cáncer
Afortunadamente hoy en día, los porcentajes de supervivencia en la mayoría de los tipos de cáncer son cada vez mayores, llegando incluso al 90% en algunos tipos de cáncer, como el de mama.
A nivel vascular, por ejemplo, el entrenamiento nos hace más resistentes a la aterosclerosis – depósitos de placas de grasas, colesterol, calcio y otras sustancias que se encuentran en la sangre dentro de las arterias- y, por lo tanto, mejora la hipertensión arterial (HTA).
Las adaptaciones que produce el ejercicio físico en el sistema cardiovascular y sus beneficios para la salud son múltiples, ya que un corazón entrenado tiene más facilidad para seguir funcionando en caso de que se produzca un taponamiento en una arteria.
También el sistema neurológico se ve beneficiado mediante la regulación del sistema nervioso a la baja y, por tanto, haciéndonos más resistentes a las arritmias.
Para terminar, debemos hablar de otra de las secuelas más potentes y destructivas de los tratamientos del cáncer: la debilidad mineral ósea que, en un estado avanzado, conocemos como osteoporosis. Una vez más el ejercicio nos ayuda a contrarrestar este efecto mediante las denominadas actividades osteogénicas, es decir, constructoras de hueso:
– Pequeños saltos: el impacto contra el suelo estimula la creación de hueso.
– El entrenamiento de fuerza: La contracción muscular genera tensiones en el hueso que favorecen el crecimiento óseo.
– El entrenamiento vibratorio: produce contracciones musculares reflejas que aumentan la densidad mineral ósea (solo en personas que hayan superado la enfermedad)
Todo esto supone una mejora en la cantidad y en la calidad de vida, es decir, podremos vivir más años y mejor.
En resumen, el ejercicio físico es medicina contra el cáncer y, como cualquier medicamento, debe ser prescrito y administrado en las dosis correctas y por un profesional cualificado.
Los beneficios que aporta el Ejercicio Terapéutico en los pacientes de cáncer: antes, durante y después de la enfermedad

Ejercicio físico...siempre, pero mejor aún durante y tras la enfermedad
El cáncer y su tratamiento provocan un impacto enorme que cambia totalmente la vida de quien lo padece. Afecta a su autonomía, a su movilidad, a su autoestima, a su capacidad de concentración, a su alimentación… Por eso precisamente debemos pensar en un abordaje multidisciplinar para paliar los efectos secundarios que los tratamientos van a generar.
Si entendemos la enfermedad como una línea continua en el tiempo, podremos comprender mejor la importancia del ejercicio físico en cada una de las fases del cáncer. Al igual que existen fármacos y dosis exactas en función del tipo de cáncer, paciente, fase… también existen ejercicios y dosis exactas en función de las mismas variables.
La actividad física en cada fase
El ejercicio desde el momento del diagnóstico hasta el inicio del tratamiento
Se trata de un momento clave, absolutamente infravalorado y habitualmente mal aprovechado. La tolerancia al tratamiento depende, en gran medida, del estado de salud con el que lleguemos al inicio de este. Por tanto, es fundamental que aprovechemos esos días/semanas para mejorar nuestra capacidad física.
El ejercicio durante el tratamiento
Durante el tratamiento se generarán efectos secundarios adversos que reducirán la calidad de vida, la independencia y la funcionalidad de la persona.
Por ejemplo: la fatiga asociada al cáncer. Es una fatiga especial, sobredimensionada ante cualquier esfuerzo y que, a diferencia de la fatiga común, no desaparece durmiendo o con descanso, pero si puede ser reducida o mitigada por medio de ejercicio físico.
También el dolor articular general producido por terapias hormonales, la pérdida de movilidad en zonas tratadas, ya sea por la cirugía o por la radioterapia, la neuropatía, la pérdida de coordinación y equilibrio (que aumentan el riesgo de sufrir caídas) son claros ejemplos de efectos secundarios cuyo mejor y en ocasiones único tratamiento es el ejercicio físico terapéutico.
Es más, la tolerancia a la toxicidad de la quimioterapia está directamente relacionada al estado muscular del paciente. Cuando este es muy pobre (sarcopenia) se convierte en un factor limitante para la continuidad o la gestión de las dosis del tratamiento.
El ejercicio en supervivientes del cáncer
Afortunadamente hoy en día, los porcentajes de supervivencia en la mayoría de los tipos de cáncer son cada vez mayores, llegando incluso al 90% en algunos tipos de cáncer, como el de mama.
A nivel vascular, por ejemplo, el entrenamiento nos hace más resistentes a la aterosclerosis – depósitos de placas de grasas, colesterol, calcio y otras sustancias que se encuentran en la sangre dentro de las arterias- y, por lo tanto, mejora la hipertensión arterial (HTA).
Las adaptaciones que produce el ejercicio físico en el sistema cardiovascular y sus beneficios para la salud son múltiples, ya que un corazón entrenado tiene más facilidad para seguir funcionando en caso de que se produzca un taponamiento en una arteria.
También el sistema neurológico se ve beneficiado mediante la regulación del sistema nervioso a la baja y, por tanto, haciéndonos más resistentes a las arritmias.
Para terminar, debemos hablar de otra de las secuelas más potentes y destructivas de los tratamientos del cáncer: la debilidad mineral ósea que, en un estado avanzado, conocemos como osteoporosis. Una vez más el ejercicio nos ayuda a contrarrestar este efecto mediante las denominadas actividades osteogénicas, es decir, constructoras de hueso:
- Pequeños saltos: el impacto contra el suelo estimula la creación de hueso.
- El entrenamiento de fuerza: La contracción muscular genera tensiones en el hueso que favorecen el crecimiento óseo.
- El entrenamiento vibratorio: produce contracciones musculares reflejas que aumentan la densidad mineral ósea (solo en personas que hayan superado la enfermedad)
Todo esto supone una mejora en la cantidad y en la calidad de vida, es decir, podremos vivir más años y mejor.
En resumen, el ejercicio físico es medicina contra el cáncer y, como cualquier medicamento, debe ser prescrito y administrado en las dosis correctas y por un profesional cualificado.